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ORGULLOSAMENTE HISPANOHABLANTES

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domingo, 12 de julio de 2009

LA AUTODESTRUCCIÓN DE ROMA

Si pensáis que el "Concilio Vaticano II" fue bueno para la Iglesia, os advierto por enésima vez que estáis en un error que os costará la salvación. Quiero que tengáis claro que en el "Vaticano II" no estuvo el Espíritu Santo, sino el espíritu de la infausta y MALDITA revolución francesa (o lo que es lo mismo, el espíritu del falso profeta).
  
Juzgad vosotros.
 
PABLO VI Y LA DEMOLICIÓN DE LA IGLESIA
Por Pedro Rizo para MINUTO DIGITAL

Desde octubre de 2002 ha aumentado notablemente el afán de maquillar la memoria de los papas conciliares Juan XXIII y Pablo VI, particularmente el último. Es también cruzada de algunos círculos del Opus Dei que desean a Pablo VI intachable para que la canonización de su Fundador no caiga en sospecha de “error arbitral”, como la de San Jorge y de otros santos desantificados. Pero todavía muchos católicos se preguntan cómo fue que Pablo VI denunciara la autodemolición de la Iglesia o, peor, nos advirtiera de su invasión por entes preternaturales, según Ricardo de la Cierva, o el humo de Satanás. Pienso que la respuesta no es tan difícil. Sólo hay que hacer memoria de algunos de sus hechos y dichos de los que en este artículo seleccionaremos los más destacados.

La llegada a la Sede de San Pedro del ex-Pro-Secretario de Estado, Juan Bautista Montini, determinó una auténtica revolución. Ya saben ustedes lo que eso es: que lo que antes era ahora no sea, que lo que estaba arriba pase a estar debajo. Pablo VI impulsó un cúmulo de audaces cambios, transformaciones y errores no superado en la historia de la Iglesia. Piénsese que lo que todos los heresiarcas juntos no pudieron destruir, en su pontificado lo obtuvieron gratis. Sus lamentos jeremíacos suenan a hueco precisamente porque fue por su gobierno que se justificaron, de modo que no sabemos si interpretarlos más como muestra de la hipocresía farisea recibida en sus genes que como patológica inconsciencia. Examinemos algunos. 
  1. El 20 de marzo de 1965 Pablo VI recibía en audiencia privada a un grupo de dirigentes del Rotary Club, oportunidad que aprovechó para elogiar sus métodos asociativos y de captación. Y los objetivos. No importó al Papa que al Rotary Club en todo el mundo se le conoce como filial de la Masonería.
  2. El 7 de agosto de 1965 Pablo VI levantaba al Patriarca Atenágoras la excomunión que en 1054 lanzara León IX a los cismáticos orientales. A esta generosidad con la pólvora del rey, es decir con la fe católica, el Patriarca en nada correspondía de sus viejos motivos segregadores. El caso es que, desgraciadamente, al levantar el Papa la excomunión, la Iglesia Católica aceptaba por primera vez la falsa doctrina de ‘las iglesias hermanas’. Falsa porque Jesucristo fundó una única Iglesia.
  3. Con el Motu proprio “Apostólica sollicitudo”, del 15 de septiembre de 1965, Pablo VI instituyó las conferencias episcopales, algo que nunca antes existiera en la Iglesia de jurisdicción apostólica. Un grave peligro aparecía claro para las cabezas más avisadas: que el Primado del Papa se redujera a condición honorífica en una confederación de iglesias autónomas.
  4. El 23 de marzo de 1966, acompañado por el cismático “Arzobispo” (laico) Dr. Ramsey, el Papa Montini visitó la Basílica romana de San Pablo Extramuros y en aquel acto público cedió al anglicano la bendición a los fieles, incluidos obispos y cardenales. Sin embargo, lo peor no era ese obsequio sino que al abrazar al hereje se contradecía la Bula “Apostolicae curae”, de septiembre de 1896, en la que León XIII anuló todas las órdenes anglicanas. Otro asunto es la contradicción de hablar con quien no existe, el anulado Ramsey, o hacer de León XIII el papa que no existió.
  5. Por el Motu proprio “Sacrum diaconatus ordinem”, de 18 de junio de 1967, se admitía al diaconado a hombres de edad madura, tanto si eran solteros como si estaban casados. Un gesto paternal en apariencia, que al suponer una nueva clasificación de sacerdotes casados determinó que, tres años después, el mismo Pablo VI no supiera cómo frenar la sangría de secularizaciones y solicitudes de liberación del celibato.
  6. Con la Constitución Missale Romanum y, más tarde, en el Nuevo Misal, Pablo VI sustituía el antiguo rito romano de la Misa, que se originaba en los tiempos apostólicos, con otra nueva, pervertida de inicio. Con el supuesto buen propósito de “aggiornamento” el Papa Pablo VI buscó más imitar a los protestantes pero sin obtener la contrapartida de que aceptaran los dogmas esenciales de nuestra fe. Contrariamente, la innovación pastoral consistió en suprimir o disimular los dogmas católicos que molestaban. Tanto con ellos como con los judíos.
  7. Con el Motu proprio “Matrimonia mixta”, de 31 de marzo de 1970, pretendía hacer más fáciles los matrimonios entre un fiel católico y un cónyuge no católico. La fórmula no pudo ser más onerosa para la Iglesia ni más rumbosa con el infiel pues que eximió al cónyuge no católico de comprometerse a que sus hijos se bautizaran y educaran en la fe católica. Para compensar el desequilibrio impuso a los párrocos el deber de informar a la parte no creyente de los compromisos que asumía… ¡la parte católica! (Código de Derecho Canónico, de 1983. c. 1125). 
  8. Con el Motu proprio “Ingravescente aetatem”, de 22 de noviembre de 1970, Pablo VI reglamentaba que los cardenales con más de ochenta años de edad no participaran en el Cónclave. Una medida, como tantas, en que tras la apariencia de practicismo, o si se quiere de piedad, se despreciaba la sabiduría de la edad, consuetudinariamente respetada en la Iglesia, y se apartaba de la Curia, del Cónclave y de las diócesis a los elementos tradicionales que pudieran obstaculizar el desarrollo de la nueva religión.
  9. El 14 de junio de 1966, abolió el Índice de libros prohibidos con la nota “Post Littera apostolicas”. Esta decisión se justificaba “en la libre responsabilidad de los cristianos adultos”. Aparte de ser una penosa dejación del deber de la Iglesia para con sus hijos, a los que dejaba como ovejas sin pastor en un mundo de lobos, la permisión indiscriminada de lecturas trajo toda clase de herejías, muchas de ellas firmadas por autores eclesiásticos y, para mayor anarquía, incluso vendidas en librerías católicas.
  10. En 1969, con la Instrucción “Fidei custos” permitió que los laicos distribuyeran la Sagrada Comunión bajo el pretexto de “especial circunstancia o nuevas necesidades”.
  11. Al comienzo de la Instrucción “Memoriale Domini”, redactada en aquel entonces por el masón Mons. Bugnini, Pablo VI prefiere que la Iglesia no distribuya la Eucaristía en la mano, «por el peligro de profanarla» [y] «por el reverente respeto que los fieles deben a la Eucaristía». Pero unas pocas líneas adelante la Instrucción nos sorprende autorizando su práctica allí «donde tal costumbre hubiera sido objeto de abusos».
      
    En 10 y 11 se confirman nuevas contradicciones de quienes prefieren legalizar el mal antes que erradicarlo, dando una falsa idea de autoridad para un acto en que ésta ya fue violada. Idas y venidas que superaron la razón de circunstancias extremas, tales que guerras o catástrofes, para la distribución de la comunión por laicos. Se quiso imponer como cotidiano, con violencia y desprecio a las protestas de los fieles, la comunión distribuida por cualquiera, con especial preferencia por mujeres, en la mano y de pie, contrariamente a las normas de «reverente respeto que los fieles deben a la Eucaristía». Obvio es que esta irreverencia no se produce en los protestantes pues que no creen en este “misterio de fe” igual que los católicos.
  12. Encíclica Populorum progressio (El Progreso de los pueblos). Según esta encíclica, la Iglesia ya no debe centrar sus energías en ganar almas para Cristo y llevarlas a la vida eterna, sino que todos nuestros esfuerzos han de aplicarse a la acción social para promover un humanismo integral. El Papa se despachó a gusto contra el sistema capitalista cuando ya se había rodeado de asesores como Sindona y Marcinkus, entre otros, mezclando a la Iglesia en inversiones poco recomendables. Por ejemplo, en una gran empresa italiana fabricante de preservativos.
  13. Al aprobar el nuevo “Rito de las exequias” Pablo VI aceptaba la cremación de los cadáveres bajo el supuesto de que no se eligiese «por motivaciones anticristianas». Como si fuera fácil saberlo. Esas intenciones anticristianas fueron siempre negar la resurrección de los muertos como postulan los doctrinarios masónicos. Este nuevo rito, contrario a la tradición apostólica fue ni más ni menos que favor de Pablo VI a las Logias cuyos socios por ocultar su condición solían pedir tierra sagrada para sus deudos. Según el Papa, este gesto fue «a modo de camino de reconciliación».
  14. Puede suponerse que incluso el más débil creyente desea morir asistido por un sacerdote, expirar con un crucifijo en las manos, ser enterrado con su escapulario o su hábito de cofrade… En cambio, qué extraña cosa que en las exequias de Pablo VI su ataúd carecía del mínimo símbolo cristiano. Y no solo esto, que al cadáver se le colocó en el suelo según las normas judías de duelo. (Cfr. ‘Regole hebraiche di lutto’, Carucci ed. Roma 1980, p. 17.) Novedad repetida en otros casos notables, como fue con el prelado del Opus Dei, Mons. Álvaro del Portillo y el papa Juan Pablo II.
  
Terminaré incluyendo un comentario que pudiera ser oportuno. Con todo el respeto a la jerarquía apostólica pero con todo el derecho, y deber, de bautizado afirmo que en la Iglesia actual se evidencia una pérdida muy grave del sentido sobrenatural, de despiste sobre su fundación objetivada en nuestro rescate del pecado y en la perdurabilidad de nuestras vidas. Obviando esta fundamental promesa nos hemos girado hacia sólo la añadidura del “ciento por uno en este mundo”, disimulando como bien social o falso humanitarismo este sucio fraude al Evangelio.
  
Por esta pérdida de lo fundamental, y por inconsciente compensación, muchos católicos necesitan hacer del papa un ídolo mediático, idealizarlo como si fuera el Aga khan al que pesar en oro. Y olvidarnos de su identidad de representante de Cristo (cuya divinidad debe proclamar frente a sus seculares enemigos); no viendo en él al administrador que gerencia para su señor - ata y desata - la hacienda que le fue confiada (redimirnos del pecado por su inmolación); y tampoco al mayordomo que usa para su amo las llaves con que guarda de ladrones la casa (la vida eterna). A tal absurdo llega esta idolatría que sus enfermos se violentan a sólo ver bienes donde la historia los niega, y a no ver los males que se evidencian en sus escombros. No es serio responsabilizar de esto al Espíritu Santo, como si por privilegio de la FIFA los goles que le metan al Real Madrid jamás suban al marcador. Con esta falsificación de la fe se traspasan al Espíritu Santo compromisos impropios de su asistencia, y se otorga al papa una infalibilidad imposible… aunque instrumentable. En la definición dogmática, la asistencia prometida señala limitaciones como, por ejemplo, en la advertencia de que «[…] no fue prometido a los sucesores de Pedro el Espíritu Santo para que por revelación suya manifestaran una nueva doctrina, sino para que, con su asistencia, santamente custodiaran y fielmente expusieran la revelación transmitida por los Apóstoles, o depósito de la fe.» (cfr. Dz 1836.) 
  
Porque para el fiel más párvulo es claro como el agua que cuando Pedro negó a Jesús, fue Pedro quien le negaba y no el Espíritu Santo. Que cuando Judas le vendió al Sanedrín, no fue inspirado por el Espíritu Santo sino por su personal frustración política. Que en el incidente de Antioquía, no fue el Espíritu Santo el que exigió la circuncisión sino los judíos, y que tampoco en él se inspiró Simón Pedro para complacerles, sino en su personal debilidad. Así fue, sin secuestro de teologías, las cuales muchas veces sólo son encajes intelectuales que respaldan el corporativismo de un clero sin Gracia. Lo seguro es que del Espíritu Santo procedieron las lágrimas de contrición en San Pedro; o que por él le llegaría a Judas el remordimiento que luego malogró suicidándose. Y, sin discusión, sí que fue el Espíritu Santo el que inspiró a la Iglesia, en la persona de San Pablo, la reprensión a San Pedro afeándole que sometiera el conocimiento de Cristo a las exigencias judías de la previa circuncisión. (Hch 15, 1; Ga 2, 11-14) Un acto aquél muy importante pues que fijó en los cristianos su total independencia de supuestos hermanos mayores y desmontó la primacía del Antiguo Testamento. Por tanto, salvo mejor opinión, este episodio de la Historia de la Iglesia patenta prioridades doctrinales y coloca en sus justos límites la infalibilidad pontificia, como arriba subraya la referencia magisterial.
  
Parece que la beatificación de Pablo VI ha de lograrse contra viento y marea. Ya beatificado Juan XXIII, nada más queda él para laurear al Concilio Vaticano II. Al santificar a los papas conciliares se canonizará también esas cabezas de dragón que son las mentiras nominadas liberalismo (masónico), democratismo (modernista), antropocentrismo (revolucionario), más el materialismo histórico, el progresismo y el comunismo impulsados ya desde su convocatoria. Faltos de razones más consistentes, se acude al sentimentalista argumento de que “realmente Pablo VI sufrió mucho”, en chocante tesis que reivindicaría méritos para el mismo Belcebú, criatura en eterno tormento. Pero lo que de la biografía de Pablo VI nos queda es que, aun si dijéramos que quiso hacer el bien pese a que “por humana debilidad involuntariamente hizo algún mal”, lo paradójico de su reinado, quizás lo preternatural es que el bien lo hizo muy mal y el mal lo hizo bastante bien.
  
JURAR O NO JURAR    
Hace unos dias la cadena de Tv Digital Plus pasó la película “Las sandalias del pescador”. No es una obra de arte, su ritmo es lento, la interpretación de oficio, sin pasión, el tema muy sujeto a la pompa eclesial… Pero el acierto de mezclar documentales con ficción acaban por atrapar el interés. Era ya la madrugada cuando Anthony Quin, el papa de la película, iba a ser coronado…
  
El juramento de un pontífice en su coronación excita alguna consideración. Acabo de leer que éste se registra ya en la elección del papa San Agatón, del año 678, aunque su origen se supone más antiguo, muy probablemente en el comienzo de la era constantiniana. Parece que todos los papas lo hicieron, inclusive S. S. Pablo VI. ¿Qué intención tenía este juramento que, según me han dicho, Juan Pablo II fue el primero que no lo hizo?
  
Su texto en latín me lo han traducido así:
«Yo prometo:
  
No cambiar nada de la Tradición recibida, y en nada de ella, tal como la he hallado, guardada por mis predecesores gratos a Dios, y no inmiscuirme ni alterarla ni permitir innovación alguna.
  
Por el contrario juro con afecto ardiente, como su sucesor fiel de verdad, salvaguardar reverentemente el bien transmitido, con mi máximo esfuerzo.
  
Juro expurgar todo lo que está en contradicción con el orden canónico, si apareciere tal; juro guardar los Sagrados Cánones y Decretos de nuestros Papas como si fueran la ordenanza divina del Cielo, porque soy consciente de Ti, cuyo lugar tomo por la Gracia de Dios, cuyo Vicariato poseo con Tu sostén, y sujeto me sé a severísima rendición de cuentas ante Tu Divino Tribunal acerca de todo lo que confesare.
  
Juro a Dios Todopoderoso y a Jesucristo Salvador que mantendré todo lo que ha sido revelado por Cristo y todo lo que los primeros concilios y mis predecesores han definido y declarado.
  
Juro que mantendré, sin merma de la misma, la disciplina y el rito de la Iglesia. Pondré fuera de la Iglesia a quienquiera que ose ir contra este juramento, ya sea algún otro, o yo mismo.
  
Si yo emprendiere actuar en cosa alguna de sentido contrario, o permitiere que así se ejecutare, Tú no serás misericordioso conmigo en el terrible Día de la Justicia Divina. En consecuencia, sin exclusión, sometemos a severísima excomunión a quienquiera —ya sea Nos, u otro— que osare emprender novedad alguna en contradicción con la constituida Tradición evangélica y la pureza de la Fe Ortodoxa y Religión Cristiana, o procurare cambiar cosa alguna con esfuerzos opuestos, o se conviniere con aquellos que emprendiesen tal blasfema aventura». (LIBER DIURNUS ROMANORUM PONTIFICUM)

Primera reflexión.- Es su ley y principal mandato guardar la Tradición y la doctrina de los papas predecesores.
  
Segunda reflexión.- La necesidad de este juramento supone que los papas pueden fallar. Más aun, que pueden estar muy lejos de la fe católica o mediatizados por compromisos contrarios al bien de la Iglesia. Por eso, ahora lo comprendemos, en las letanías menores de Pascua de los antiguos misales se incluía esta rogativa: «Que te dignes mantener en tu santa religión al Soberano Pontífice y a todas las órdenes de la jerarquía eclesiástica, te rogamos nos oigas.» (Misal completo para los fieles, Vicente Molina, S.J., Edit. Hispania S.A. Valencia, 1947) Sea dicho sin oponernos al dogma de que por delegación divina, en materia de fe y costumbres, se vuelven infalibles apoyados en la Tradición de los Apóstoles.
  
Tercera reflexión.- El juramento pivota sobre el orden sacerdotal. En estos días en que los progresistas protestan al Papa por su acercamiento a la Fraternidad tradicionalista de Mons. Lefebvre (casi innombrable en las conversaciones) hemos de recordar que los papas hacían jura de mantener «sin merma de la misma, la disciplina y el rito de la Iglesia.» Y este detalle nos muestra que la Iglesia toda, incluida la progresista, tiene una gran deuda con la FSSPX cuya batalla contra los revolucionarios fue defender la Misa de siempre y, consecuentemente, el sacerdocio católico.
  
En un alarde de poder el progresismo triunfante se ha atrevido a prescindir de juramento tan antiguo. Y no solamente éste de la coronación de un pontífice sino el antimodernista con el que San Pío X fortaleció las conciencias de todos los sacerdotes. Ambos todavía realizados por los papas Juan XXIII y Pablo VI. Al convertirse, por la fuerza de otro papa, en libre o electivo el primer efecto ha de ser, innegablemente, la vulneración de sus objetivos. Y sancionar la nueva misa de los tres papas anteriores a Benedicto XVI, ese grosero remedo de oficio protestante, supuesto memorial de banquete, asamblea del pueblo… de Dios. Cualquier cosa menos Santo Sacrificio que la Iglesia siempre ofreció al Altísimo en sus altares. Y aquí es donde nos encontramos con las secuelas más destructivas. Al desaparecer el sentido de Sacrificio o, como menos, ocultarlo y reducirlo, ya no se confiesa ni se hace patente la divinidad de Cristo. Lo cual, en proporción al agravio a su divinidad, nos trae la segura destrucción del sacerdocio católico. He ahí por qué Lutero acertó al asegurar que si se destruía la Misa se destruiría la Iglesia. 
  
Expliquemos esto. El sacerdote católico ante la Nueva Misa, al difuminarse el sacrificio nota que “trabaja” en un marco seudo-protestante, ambigüedad que le desidentifica. Insensiblemente se aficiona a ser un pastor. “­­-No, por Dios.” “-Haga una prueba. Dígale usted a un cura progresista que su principal misión es ofrecer el Santo Sacrificio y le responderá algo parecido a esto: ¡Hombre, no! Hay más sacramentos, y en el sacerdocio muchos más cometidos. Por ejemplo, de orientación moral, humanitarios y de justicia social…» Pues ahí lo tienen. Justo lo que diseñó Lutero para su reforma. Sigamos pensando.
  
La importancia del sacerdocio queda perfectamente distinguida en las diversas intensidades de “virtud sacerdotal” de los sacramentos. Así, preguntémonos: ¿En cuál sacramento es el sacerdote verdaderamente indispensable? ¿En el del Bautismo? No, puesto que basta el deseo y creer los artículos del Credo para que el neófito sea bautizado por un fiel cualquiera. ¿El de Confirmación? Tampoco. Puede alcanzarse la salvación sin recibirlo. ¿El del Matrimonio? Aquí los contrayentes son los ministros del sacramento. ¿El de Penitencia o Confesión de los pecados? Es una vía de perdón y gracia que administra el sacerdote pero, a diferencia del de Eucaristía, su eventual dificultad se suple a través de una contrición sincera. ¿La Extrema Unción? Es gran consuelo para el moribundo pero no indispensable para su salvación; basta un verdadero arrepentimiento.
  
Solamente en la Eucaristía es imprescindible el sacerdocio. El sacramento del Orden es intrínsecamente sacerdotal, esto es, de relación con Dios. El Orden se recibe directamente del mismo Jesucristo, a través de la Iglesia. Por la imposición de manos de su obispo, diciendo la oración ritual, esta consagración sobrenatural da al sacerdote un carácter celestial y eterno superior al de los ángeles. (Una distinción que incomoda a muchos, muchísimos curas y prelados.) Vemos, pues, que es el Orden Sacerdotal el que tiene condición completa de necesidad para la Iglesia: así para hacer más sacerdotes, para consagrar el pan y el vino eucarísticos… y para ofrecer el sacrificio incruento de la Víctima, Cristo Jesús, que se come y se destruye.
  
En el diccionario de la RAE, y en su entrada ‘Sacerdote’, se dice: « 1. Hombre dedicado y consagrado a hacer, celebrar y ofrecer sacrificios. 2. En la ley de gracia, hombre consagrado a Dios, ungido y ordenado para celebrar y ofrecer el sacrificio de la misa.» Es más, en el ritual de la ordenación sacerdotal el obispo subraya al ordenando que la consagración se le transmite «para ofrecer el sacrificio». De modo que los que degeneraron la misa de su genuina condición de culto, sacrificio, quitaron del mundo lo más preciado que la Iglesia le había dado: el sacerdote.
  
Pieza fundamental de la Iglesia pues que sólo él puede actuar en la misa, y ofrecer en nombre nuestro el Sacrificio. Sacrificio que convierte en altar todo lugar donde se celebra la misa. El olvido de esta condición sacerdotal, única y principal, por causa de lo deslavazadas que son las “eucaristías” del Novus Ordo, deviene en esas parodias que afortunadamente no se atreven a nombrar “misas”. Será porque esa palabra del latín tiene sentido de envío. Así, cuando el sacerdote decía: “Ite missa est”, señalaba a los asistentes que su ofrenda, la de la Iglesia, había sido enviada a Dios. Que el sacerdote había cumplido su misión. Los obispos siguen con la misa montiniana aun a sabiendas de que se aleja impresionantemente del culto católico tradicional. Y con ellos muchos fieles que se creen tradicionalistas. En la Misa Nueva tanto el celebrantes como los asistentes ignoran la presencia de Cristo o actúan como si lo ignorasen; asisten sin reverencia, sacerdote y todos con morcillas de fórmulas espontáneas, palmadas y jaculatorias vulgares… Mejor no pensar en tantas ladinas parodias de misa católica que guardan, aparente, una concha que saben vacía de la perla que la singulariza.

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+Jorge de la Compasión (Autor del blog)

Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)